TEGUCIGALPA: CIUDAD PARA TODOS BAJO RESPONSABILIDAD DE NADIE
Por: Esther Alexandra Garwer
"Los arqueólogos que descubrían las
ciudades muertas de la antigüedad, los autores de guías, los Cicerón
que recortaban el mundo del arte europeo en capas urbanas,
contribuyeron a que se pudiera pensar en la museificación de la
ciudad antigua".
La historicidad de una ciudad
es el resultado de un proceso temporal que construye una realidad
urbana y arquitectónica. La decisión política y social genera una
realidad llena de valores comunes que, en el momento actual, no
existe, pero que queremos mantener y enriquecer, alcanzando el mismo
adecuadamente mediante el proceso de conocimiento y difusión de cómo
se produce lo que hoy conocemos como ciudad histórica y cuales son
los elementos que han condicionado su correcta evolución. La Ley de
Patrimonio Histórico español define el conjunto histórico como "la
agrupación de bienes inmuebles que forman una unidad de asentamiento
continua o dispersa, condicionada por una estructura física
representativa de la evolución de una comunidad humana por ser
testimonio de su cultura o constituir un valor de uso y disfrute
para la colectividad”. Asimismo es Conjunto Histórico cualquier
núcleo individualizado de inmuebles comprendidos en una unidad
superior de población que reúna esas mismas características y pueda
ser claramente delimitado.
Sin embargo, Tegucigalpa hoy, como ciudad
patrimonial, o casco histórico no ha sido valorada debido a la forma
abrupta e incontrolable en que los migrantes se establecieron a fin
de asegurar sus necesidades de educación, salud, seguridad, oferta
de empleo, y gestión política en lo que, otrora fuera un poblado
provisto de un apacible, especial e inigualable paisaje y clima;
poblado favorable para el asentamiento de los intereses políticos
del momento en aquellos aspectos más importantes y de primer orden
que le permitieron por ende optar a un nombre que va más allá de la
simple clasificación territorial otorgada por la normatividad
jurídica con fines de organización política.
Por ello, es de suma importancia que los
hondureños entendamos que, los cascos antiguos de las ciudades
históricas, son depositarios de los rasgos de cultura más
representativos de la sociedad en su conjunto, y que están sufriendo
procesos de cambio críticos que, lejos de atender a sus necesidades
reales, contribuyen a su progresiva degradación y su consecuente
pérdida de identidad como elementos de cohesión cultural. Los
organismos de gestión creados para su protección y salvaguarda han
sido rebasados y su escasa o nula comprensión por parte de las
autoridades estatales y la población misma, arrastra a estas zonas
de la ciudad histórica hacia la destrucción, pérdida y tipificación
de sus valores sociales y culturales.
De ahí que, la reputación de ésta ciudad
producto de su crecimiento desordenado dentro de una urbanización no
planificada, con vías insuficientes y en mal estado, son algunas de
las ausencias regulatorias que impiden el desarrollo normal de los
requisitos fundamentales para la organización de un asentamiento
poblacional que aspire a ser reconocido y valorado como ciudad, dado
que, se ha visto envuelta y sujeta a severas críticas y
precariedades como consecuencia por una parte, de la falta de
voluntad política y, por otra, por la insuficiente
disponibilidad de servicios públicos esenciales, tales como agua
potable, acueductos y alcantarillado, energía eléctrica, y
conectividad para telecomunicaciones.
La nueva realidad construida en ésta ciudad
requiere urgentemente de la revisión del concepto urbano que
implique la valoración de lo existente como objeto histórico,
elemento de análisis y estudio para enaltecer el historial memorial
que permita trascender protegiendo y conservando su pasado por medio
del recuerdo de la presencia de sus edificios y trazados urbanos
considerados como valores que se deben atesorar, puesto que os
mismos implican la agregación de diferentes estilos, épocas y
necesidades sociales; siendo el resultado la alteración, la
modificación y la superposición. Es así como, se realiza un triple
ámbito: el de lo residencial, el de la forma urbana y el de lo
monumental. De ahí que, no existe razón alguna para minimizar a
Tegucigalpa como ciudad, y además estigmatizarla considerándola como
anticuada por el proceso de la modernidad e industrialización, sino
más bien, debe ser reconocida con un valor original que nos invita a
la reflexión, producto de su historicidad y desarrollo dentro del
proceso de urbanización que ha sido trasformada por las aportaciones
y agregaciones recibidas a lo largo de los siglos, mismas que la
elevan para ser contemplada como una ciudad museificada.
Todo lo anterior, asegurará a la población
que habita ésta bella y acogedora ciudad capital de la seguridad
básica para la convivencia. Si la violencia y el desorden se van
apoderando de los habitantes, se va desdibujando la imagen de lo que
puede haberse considerado un lugar agradable para vivir en él. De
otro lado, la convivencia exige el cumplimiento de una serie de
normas mínimas de respeto por la protección, conservación y cuidado
de la infraestructura de la ciudad misma, así como por los mismos
pobladores, como ser: el abstenerse de alterar la tranquilidad con
eventos sociales excesivos en ruido, el no ocupar espacios públicos
o zonas correspondientes a propiedad privada con automóviles mal
estacionados o con improvisados puntos de venta de misceláneas y el
no ubicar fábricas o lugares de servicios en zonas residenciales.
Todos estos factores deben ser considerados
por las autoridades como una prioridad, especialmente si se pretende
que una localidad habitacional atraiga la inversión internacional y
el turismo. Para ello, es preciso respetar los planes de
ordenamiento territorial y conservar los elementos que en otra época
han permitido calificar a Tegucigalpa como lugar agradable para
vivir.
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